ECOLOGÍAS DE FICCIÓN Es una llave en forma de afiche, un conjuro, una fórmula que al pronunciarla o pensarla me permite ingresar y transitar un concepto: habitarlo y compartirlo sin cerrarlo, por ahora.
Entonces, la puerta de entrada: el afiche. Un sello, un portal. Algunos dirán que el invento denuestraeraes larueda,otroslainternet*paramíeslaimprenta.Cuandolaoralidadno alcanza, el libro materializa, encripta un mensaje que aguarda a ser descubierto. No me refiero al libro como objeto (o no solamente) sino que me refiero a su función de vehículo, de transmisor. La electricidad no hace más que imitarlo. Y ser un buen transmisor no es sencillo, no es algo que esté dado y tampoco hay pasividad allí. Por eso cada tanto en un inmueble cambiamos fusibles o cositos que se queman, se deshacen, se derriten, se ensucian, se rompen en función(es). Estar en función nos obliga a un uso cuidado o descuidado, consciente o inconsciente de determinados objetos. Nuestro objeto (en todas sus acepciones) es el pensamiento y nuestra función es hacer pensar.
El portal es el afiche. La imprenta da forma y espacio al conocimiento. La palabra impresa (libro o afiche) es transmisora de conocimiento. Ecologías de ficción. Esta frase es un conjuro, una fórmula que al pronunciarla abre ese portal. ¿Y qué es lo que porta y comporta este portal en su superficie textual? Pues bien, en él viven y se inscriben, y se escriben, todos estos significados: Trabajo de campo para una poética de las dramaturgias del presente.
Trabajo de campo: Nos conduce hacia una acción. Una acción en favor de una poética. Una acción para acceder a una poética. ¿Qué es una poética? ¿Qué es un ars poética? Pues bien, poética es el estudio de las estrategias sobre el lenguaje, en este caso, dramático. Y el plural de la palabra con d, señala lo obvio, que hay muchas, que en su seno, su propio concepto es expandido. Y el presente. El presente es su materia y su material. Su plataforma, el lugar desde donde parte y hacia dónde quiere llegar. Entonces, Ecologías de ficción es una serie de estrategias para estudiar, comprender o habitar un modo de acceder a las dramaturgias del presente, las dramaturgias que nos ayudan a ser contemporáneos de nosotros mismos. La práctica emancipa y la experiencia genera conocimiento, el conocimiento es inteligible y factible de poner en palabras. Entonces, podemos compartir una puerta de entrada y un recorrido posible (entre muchos otros).
Meli Marcow
Artista no binaria, discontinua y periférica procedente de Buenos Aires. Se desempeña como dramaturga, cineasta y performer.
Es egresada de la carrera de Dramaturgia (EMAD) donde actualmente cursa la pasantía docente en las materias Teoría 1 y Taller 1. Desde 2019 cursa la Maestría en Teatro y Artes Performáticas (UNA)
Coordina el espacio Ecologías de ficción donde comparte talleres de cine y dramaturgia. Su taller Pensar pelis se programó en festivales de cine en Argentina, México y Colombia. Su taller Construir y deconstruir ficción fue alojado como Proyecto de Investigación de la carrera en actuación (EMAD) donde además participan alumnes de la Escuela Provincial de Teatro “Tito Guerra” de la Provincia de Jujuy y alumnes, egresades y docentes de la Universidad Autónoma de Querétaro (Mx).
Desde el año 2020 colabora con el festival de cine experimental CINETORO (COL).
Tosí más de una vez Me ardió el pecho Y luego parece que me dormí.
CUANDO EL CÁNCER NO SE ANUNCIA PERO DUELE
El día que murió, me recosté a su lado. Primera vez tan cerca de la muerte, la calma fue ascendiendo hasta quedarme dormido. Los ojos abrí y ella aun seguía allí, inmóvil, despidiéndose de la metástasis. El frio comenzó junto con el rigor mortis, justo sostengo su mano y la atracción fue repentina, me sedujo la quietud de su letargo, quise volver a dormir pero, era la hora de vestirla, llegaría el cura y su palabrería y luego los del cajón.
EL SUICIDIO ES UNA ORGÍA MANCOMUNADA
saltas, y todos se acercan a ver lo que llevabas dentro.
…Y lo que llevabas dentro es lo mismo que cada uno de los que buscan algo de placer y, de seguro también los mismos deseos de saltar.
Escupe sangre, sangre de la que se hincha si no se escupe del año de la callampa tose casi migajas tose arena del peral del año de la conchesumadre se muere se murió se podría decir se puede conjeturar una pitiaita y ya.
Se moja bien mojadita como corriéndose la paja bajo la lluvia pero no es nada sexual aunque se piense y entra soplá como queriendo que la lengua se le escurra y a veces le pega su danzá con esa panza al aire donde el feto se ahorca y ya nunca más saldrá.
Puta, le dice, cuánta angustia se repite y se repite los bigotes tiesos con el olor a néctar Puta, se repite y nadie se contesta el apagón linchado riéndose despacito y vamos cortándonos la epidermis total ¿quién más va a llegar? hablándole al tarro se hizo madrugada.
Arte editorial: Constanza Thiers
LUIGI LANINO
Luigi Lanino (Iquique, Chile, 1982) cuenta con estudios en antropología y filosofía. Sus intereses literarios se centran en la curiosidad de un lenguaje provocador,donde la moralidad se pone en tela de juicio y las perversiones son aceptadas.
Hay que estar muy loco, en algún paraje recóndito e indefinible de uno mismo, hay que tener el cielo dividido en ocho, como dice mi hijo, hay que estar verdaderamente rematado para escribir poesía. Yo llevo las aguas contaminadas. Mis aguas están llenas de crujidos y de maderas podridas, de astillas que se van adentrando en el dolor. Más loco, más idiota, más rebuznante me siento aún por pensar que, de esas bestias malheridas, viene algo que amenaza con ser hermoso. ¡Hermoso! ¡Ah, mi pobre bestia de siglos! ¡Pobre bestia acongojada! Yo creo en las voces, ya que no tengo el alma pura del escéptico y me animo a creer en algo tan inasible como una voz que se secó conmigo en un costado del corazón. No una, me corrijo, sino varias, un “enjambre oscuro”, como anotó Lihn. Creo en las voces y en los aires. En las cosas rotas por las que se filtran melancólicas estrofas de otros tiempos (discos rayados, díscolos todavía más rayados), luces llenas de timbres estridentes que un organillo echó a andar en una esquina cualquiera por la que atravesé hace unas horas o por una calle que me vio venir hace unas décadas. Toda sonrisa trae ecos de otros tiempos, de otras veredas, de latidos lejanos (“Prophetic sounds and loud, arise forever/ From us, and from all Ruin…” : si lo dice Poe…). Creo en los tonos, en los chasquidos, en las imágenes delirantes, en los estribillos mal armados, en las sinfonías dulces, en los robots y en los cuadros de Gauguin y de Vuillard, en los ruidos blancos y en los telones de fondo, en las corrientes submarinas y preconscientes y en asociaciones esporádicas y en jadear como un perro, sobre todo en eso creo yo: en jilguerear, en penumbrar, en maullar ronrones, en hacer explotar la caverna cerrada en que estoy atrapado desde que recogí entre mis manos los primeros estruendos. Siento que es necesario olvidarse de hablar y renacer con un dictamen sencillo y feroz, siento que estoy urgido a tanto así desolación, como diciendo en tus propios dientes los carbones, para ser uno mismo el fantasma en que nada cabe ya dentro de sí. No soy yo, es mi poesía, es ella la que cree en las voces y en un caos que va a llegar hasta la orilla y a echarse a dormir en un lenguaje solemne que yo no esperaba. No sé en qué nos parecemos o en qué señal nos distanciamos. No tengo idea y me da lo mismo. Yo soy su pobre bestia de siglos. No me amarren a mástiles por decirlo.
En el fondo hay un río. En el fondo del río están las voces. Eso me dijo Mazinger hace unos años. Mi poesía quiere zambullirse. No siempre se atreve. Quiere tirarse desde la cumbre del despeñadero, pescuezo abajo. Desde la montaña espléndida o desde el arbusto que a nadie deslumbró. Pero también amo el insomnio, las apuestas tardías, las músicas atonales, todo lo que regresa, todo lo que vuelve en mí: me parió el toser hasta romperme los acantilados, porque crecí en los ‘80, así que soy una alimaña bullendo de ruidos la cabeza, como mis camaradas las antenas abiertas frotando el aire, con nuestras imágenes quemadas llenas de libaciones intergalácticas. Así que todo vale, siempre que funcione. ¿Qué trae el río? Es la única pregunta que me hago. Dejo que se rebalse sobre mí o desde mis mares hacia adentro. Que se pudra o que libere su belleza. Que pasen la cinta al revés, que venga el niño monstruo: subiendo las mugres por dentro me oiré mejor.
¿Qué sale del fondo del río, del agua espesa o de la claridad? Visiones, remembranzas, rostros caídos o desencajados, miradas de paso, tanteos, conversaciones prestadas, tardías, felices, falaces, mal hechas o maltrechas, los dolores de Chile, de eso que nombramos Chile, lo que oí hace un rato, lo que nos escribimos con Bárbara o con Lucho o con Dani por Wsp, lo que me convidó el jardinero, palabras traidoras, palabras sanadoras, palabras de otros, palabras con plácidos cuellos que terminan otra vez de imponerse aquí donde estoy tratando de curarme al alma.
No me amarren a los mástiles por decirlo, lo repito. De eso trata mi poesía, mi pobre bestia acongojada.
créditos imagen: Constanza Thiers
RODRIGO ZÚÑIGA
Rodrigo Zúñiga (n. 1974) es poeta, escritor y filósofo. Se ha desempeñado como académico de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile desde hace veinte años. Ha publicado numerosos ensayos, artículos y libros sobre artes visuales, música y estética contemporánea, tanto en Chile como en el extranjero. Mazinger y otros poemas es su segundo libro de poemas.
aunque el resultado hubiese sido el mismo técnicamente tú no te lanzaste caíste igual te reventaste igual te arrepentiste al penúltimo segundo te imaginaste bajando famoso por la escalera pero sin zapatos pisaste mal muy mal al último segundo simplemente resbalaste y la fama cayó contigo.
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Estación Constitución, Buenos Aires
Toda ciudad guarda en sus entrañas calles y rincones de otras ciudades aloja trozos del mar para refrescarnos en lugares lejanos a la costa dejamos que el calor del valle toque nuestra piel como larga sucesión de olas en algún litoral en pleno invierno toda ciudad contiene los semáforos de Punta Arenas que parpadean en la madrugada por calle Chiloé pero nada de eso me bastaba si ninguna ciudad contenía tu mano guiándome por los andenes de estación Temperley.
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JORGE LUIS NAVARRO
Jorge Luis Navarro Honores nació en Santiago de Chile, en 1986. Es Bibliotecario Documentalista, titulado de la Universidad Tecnológica Metropolitana. Ha desempeñado labores en distintas instituciones, destacando la experiencia en proyectos de catalogación en Biblioteca Nacional y como profesional hasta marzo 2016 en el Programa Bibliometro, de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos. Posee un diplomado en Gestión del Patrimonio Cultural, de la Universidad Alberto Hurtado. Ha participado en diversos talleres de poesía (Poesía a ojo desnudo, de Kurt Folch, en 2006; Gimansio Poético, de Germán Carrasco, en 2008; Máquinas delirantes, de Mauricio Torres Paredes, en 2015).
Ha participado en diversas antologías: Plaza Italia (Mago Editores, 2005); Entrepuentes (Mago Editores, 2006); 10 años de poesía en Balmaceda. Antología Histórica 1997-2007. El año 2007 publicó el libro Testigo, bajo el proyecto editorial Animita Cartonera, que se reedita nueve años después por Ediciones Filacteria. En 2013 realiza un proyectomemoria, imprimiendo y difundiendo su propia versión del Mapa Político de Chile: 1973-1989, el cual fue diseñado con los nombres de cada detenido desaparecido de la dictadura cívico militar. Dicho trabajo fue acompañado del poema La memoria es un músculo que duele cuando se ejercita. Actualmente realiza la Maestría en Gestión Cultural en la Universidad de Buenos Aires, ciudad donde realiza el Taller de escritura Al otro lado de las cosas, que coordina la poeta Natalia Romero. Instrucciones para incendiar una ciudad inaugura la colección de Poesía Acromatopsia, de Ediciones Filacteria.
Pienso en eso cada día, cada año, porque a cada tempestad o pandemia se hace visible la eterna fragilidad de la condición humana. Nosotros, escritores o charlatanes, nos movemos en aguas salvajemente movedizas, bajo cielos ventosos, y las interrogantes afloran como pus arrojándote fuera del traje para precisamente pensar el traje de carne y huesos. Y así ha sido: siempre.
Por mi parte, pienso, claro, no podría dejar de pensar. Pienso en esto, y lo pienso como una fiesta, una fiesta triste y nostálgica donde hay poco por hacer, muy poco por esperar, aunque mucho por intentar. Sí, intentarlo. Una y otra vez. Aunque rebotemos en el muro. Aunque las lágrimas arrecien y las rodillas se rompan. Aunque quede el último aliento. Esta fiesta, siguiendo al inigualable Jorge Teillier, se basa en un presupuesto inescrutable y lógico: que respiramos y dejamos de respirar. Es esa la cuestión. Y hacemos lo que podemos, mientras tanto.
¿Y qué podemos hacer?
Bueno, encender una fogata en medio de la calle. Sí. Pero también podemos encender una fogata en medio del lenguaje. Incendiarlo, llevarlo a límites inconcebibles, porque aquí no acontece la operística de la cesación física: cadáveres, putrefacción, lápida, humedad y polvo. Porque el lenguaje es la única libertad total, incomparable.
Habremos de precisar algunas cosas:
Aquella libertad, entendámosla bien, no es aquella que celebra la ¿libertad? del texto, de la cual se vanagloria el posmodernismo. Este, cual Mefistófeles, nos ha insistido en el derrumbe omnímodo de certezas o verdades, pero obviando, con horrenda displicencia, las condiciones materiales de la vida. Así lo plantea Terry Eagleton: «La libertad del texto o del lenguaje podría compensar la falta de libertades en el seno del conjunto del sistema». Insistimos: la libertad declamada por la posmodernidad no es más que su espejismo, el más puro hedonismo que desprecia, en el fondo, toda tentativa de emancipación como horizonte de sentido. Un lenguaje que así espejea no hace más que confirmar el éxito rotundo del capitalismo cultural.
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Es cierto que la política es indisociable del lenguaje (en tanto sujetos políticos, dotados de un lenguaje que materializa una cultura), pero tal como no se puede abjurar del lenguaje tampoco se puede abjurar de la realidad. Y no es la realidad reconstruida como literalidad en el texto, en el sistema de signos que componen nuestra lengua, en los discursos (recordemos que el lenguaje es representación y no inmanencia), es la realidad donde las personas siguen padeciendo la explotación del capital, enceguecidos por los valores de la sociedad burguesa y más aún con su actualización posmoderna.
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La literalidad, o sea la apelación a la palabra en su captura denotativa, ha trampeado el realismo, diciéndonos «esto es» o «esto no es». Como si el simple acto de la comparecencia de la Realidad traída por el lenguaje pudiera forzar esa Realidad. No, la palabra «Revolución» no implica «Revolución». Ni se le asemeja.
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La literalidad, así vista, termina convirtiéndose en un panfleto irreflexivo que reproduce hasta la saciedad una libertad falsa e ingenua. Y lo que es aún peor: aquella literalidad disfrazada de realismo ha operado, en la práctica, como censura, en tanto un efectiva carnicería semántica por parte de críticos y lectores; y a la vez como autocensura, que demanda a escritores y escritoras un apego irrestricto a cierta moral incuestionable, entronizando la corrección política, y desarticulando cualquier disenso. Habrá de recordarse el aforismo favorito de Marx: «De omnibus dubitandum». Cosa peligrosa, además, en países tercermundista como Chile, donde se lee poco y mal, caldo de cultivo para los dogmatismos y la irreflexión.
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No se trata, por cierto, de la defensa del lenguaje por el lenguaje (o su símil: el arte por el arte). Es más: sospecho del lenguaje como panfleto tanto como del lenguaje como vacuidad. El lenguaje es político precisamente en tanto lenguaje y en tanto libertad. Así como el arte es político en tanto arte y en tanto libertad.
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Si el lenguaje es la única libertad total, no podemos constreñir su potencia imaginadora, sus voltajes poéticos, sus fragmentaciones, sus mezclas, sus transfiguraciones o excentricidades. Solo cuando esa potencia imaginadora es liberada de cualquier opresión, es posible volver a pensar la realidad. Y transformarla.
·2·
Una profunda grieta tiene nuestra cultura, elitizada hasta la médula por mercaderes y profetas que en nombre de la tiranía del presente han forjado una moralidad victoriana. Una profunda grieta también acrecentada por el Estado y su pertinaz desidia y abandono. Cuando gobernar siempre debería ser educar.
·3·
Volver a las vanguardias no es mirar al pasado. Es volver a imaginar y que en aquella imaginación también caben nuestros precursores y nuestros muertos. ¿Acaso ellos no tienen derecho a hablar?
Me niego a los dogmas intuidos.
Me niego a las verdades develadas.
Me niego a los silencios convenidos.
Me niego a la castración editorial.
·4·
Ante tales cuestiones, no puedo sino expresar mi más profundo agrado por la sintaxis difícil, por la imprecisión barroca, por las intrigas. Un lenguaje pletórico de palabras inusuales y capciosas. ¿Por qué? Me defenderé con un libro que hojeé hace poco, del cual no recuerdo título o autor, y que decía algo así como «maraca culiá» en alguna de sus páginas. Aparte de rudimentario y tosco, hay mucho de pereza semántica revestida de contemporaneidad, de infrarrealismo, qué se yo. En cambio, si escribo «la actitud aquiescente», «lo miró con especial inquina» o en términos distintos a lo que plantea ese libro: «señorita veleidosa», encontraremos una posibilidad realmente democrática. Así tal cual. Porque el lector que atisba un «maraca culiá» escrito en el papel, qué puede hacer, qué más puede hacer, si se le han cerrado casi todas las compuertas interpretativas. Pero con una «exangüe forma» o una «fosa sanguinolenta» podemos tomar el libro, subrayar la palabra o la oración, buscarla en Google o en algún diccionario amarillento y ¡zas! tenemos el significado o la acepción, y solo falta aplicar contexto, incluso -si es posible- sumergirnos en sonoridades, juegos, imágenes, sensaciones de variada índole.
La decisión está en el lector, la de subrayar y arreglárselas, o bien de no subrayar nada y proseguir.
Esta es la fiesta, la fiesta del lenguaje.
La única fiesta, nuestra fiesta triste y nostálgica.
·5·
FIESTA
1 Mira, sé que es difícil, solos, en la inmensidad de un instante.
Pues ya cayeron las ciudades y los triunviratos.
(Aquel tuvo un rostro, y una ideología, y con ella diluyó la existencia y engendró la farsa. Lengua bífida, con risa desmadejada para discursos y anaqueles).
2 Fulgores a la distancia, haremos cátedra después del exterminio, con música de Queen y cortos de Jäger.
¡Fiesta! Subimos al abismo para bajar a la tierra.
3 (Indescifrable materia es el asunto poético). (¿Cuál es la moral de las mismas ruinas?).
4 Es tarde, ya es tarde, muy tarde, amigo mío, ¿y qué? Seguimos vivos mientras tanto.
FRANCISCO MARÍN NARITELLI
Nacido en Talca, 1986. Periodista y Magíster en Comunicación Política de la U. de Chile. Autor de varias publicaciones en Chile y el extranjero sobre temas tan variados como el voto voluntario, la cultura de masas, la racionalidad médica y los programas de televisión, la eutanasia y el fútbol como imaginario en el cine.
Autor del poemario Otoño (Piélago, 2014), el ensayo de investigación Las batallas por la Alameda. Arteria del Chile demoliberal (2014), la novela Desaparecer (2015) y el libro de cuentos Interior con ceniza (2018), estos tres últimos por Ceibo Ediciones. También formó parte de la antología de cuentos Todo se derrumbó (2018), editado por Santiago-Ander. En 2019 publicó el volumen experimental El perfecto transitivo (Editorial Filacteria).
Exdirector del diario Cine y Literatura (2017-2020), ha escrito en medios como El Dínamo, La Hora o radio Biobío, siendo crítico literario habitual en Ojo en Tinta y El Mostrador. Actualmente se desempeña como profesor de Periodismo en la Universidad Nacional Andrés Bello (UNAB) y asiste al taller literario de Gonzalo Contreras.